Frenamos sin dudarlo al costado de la ruta. La tentación era grande. Perderse entre ese campo de girasoles como niños en un cuento. Fue así que nos empezamos a adentrar y a llenar nuestras ropas y pieles de polen mientras espantábamos alguna que otra abeja. Todo vale la pena por volver a sentir esa sensación lúdica de ser parte de un mundo casi onírico. Entre Ríos está lleno de lugares así, que casi desapercibidos, están guiñandonos un ojo a la espera de que despertemos de la rutina diaria y juguemos un rato.
Fotos: @GustavoRogerCabral